domingo, 3 de julio de 2011

Las Cuerdas de Amor

"Desde lejos el Señor se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia." -- Jeremías 31: 3.



Por el contexto sabemos que este pasaje se refiere primordialmente al antiguo pueblo de Dios, es decir, a los descendientes naturales de Abraham. Él los eligió desde tiempos antiguos, y los separó de las otras naciones del mundo. Su elección llena un largo capítulo de la historia, y brilla en la profecía con un lustre resplandeciente. Hay un intervalo durante el cual ellos han experimentado extrañas vicisitudes, han recibido pesados castigos, y han adquirido una mala reputación por la perversidad de su mente y por la obstinación de su corazón.

Sin embargo, una gloria futura los espera cuando ellos se volverán nuevamente al Señor su Dios, serán restaurados a su tierra, y reconocerán a Jesús de Nazaret como el Rey de los Judíos, el Rey ungido de ellos. Sin cambiar ni una jota ni una tilde del significado literal de estas palabras según fueron dichas por el profeta Jeremías al pueblo hebreo, las podemos aceptar como un oráculo de Dios referido a toda la iglesia que forma Su familia redimida, y aplicable a cada miembro individual de esa sagrada comunidad.

Por lo tanto, cada cristiano cuya fe pueda captar el testimonio, puede apropiarse del texto. De la misma manera que muchos creyentes lo han hecho, así cada creyente puede oír la voz del Espíritu Santo que le dice al oído estas palabras: "Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia." Hay dos cosas sobre las que nos proponemos hablar brevemente esta noche: la dádiva indecible, "Con amor eterno te he amado" ; y la evidencia inconfundible: "por eso te he atraído con misericordia."

¡Cuán grande y preciosa es esta afirmación! Es una bendición que no tiene precio, ser abrazados por el amor, por el amor eterno de Dios! Nuestro Dios es un Dios de infinita benevolencia. Él muestra su buena voluntad hacia todas sus criaturas. Sus tiernas misericordias se extienden sobre todas sus obras. Él desea el bien de toda la humanidad. ¡Con cuánta fuerza y con cuánto sentimiento Él afirma esto! "Vivo yo, dice el Señor Dios, no quiero la muerte del impío, sino que el impío se convierta de su camino y viva." Y cualquier hombre que, arrepentido de sus pecados pasados, se vuelva a Jesús, el Salvador de los pecadores, encontrará en Él perdón por su pasado y gracia para el futuro.