La mayoría de nosotros oramos como David lo hizo: “Apresúrate a responderme el día que te invocare” (Salmo 102:2). “Estoy angustiado; apresúrate, óyeme” (Salmo 69:17). La palabra Hebrea para “apresúrate” quiere decir “¡ahora mismo, apúrate, en el momento que te llamo, hazlo!” David estaba diciendo, “Señor, yo pongo mi confianza en ti – ¡pero por favor apúrate!”Dios no está apresurado. El no salta cada vez que usted le ordena. Es más, a veces usted podrá preguntarse si alguna vez él contestará. Usted clama, llora, ayuna y confía – pero los días pasan, luego semanas, meses y aun años, y usted no recibe ni la mínima evidencia de que Dios lo está escuchando. Primero usted se pregunta: “Algo debe de estar impidiendo mis oraciones.” Usted queda perplejo, y con el tiempo su actitud hacia Dios se vuelve algo así: “Señor, ¿qué tengo que hacer para recibir respuesta a esta oración? Tú prometiste en tu Palabra que me darías una respuesta, y he orado en fe. ¿Cuántas lagrimas debo derramar?”
