viernes, 5 de noviembre de 2010

La Soberanía de Dios

NINGUNA DOCTRINA ES MÁS DESPRECIADA por la mente natural que la verdad de que Dios es absolutamente soberano. El orgullo humano aborrece la sugerencia de que Dios ordena todo, controla todo, y gobierna sobre todo. La mente carnal, ardiendo en enemistad en contra de Dios, aborrece la enseñanza bíblica de que nada sucede a menos de que sea de acuerdo a Sus decretos eternos. Sobre cualquier otra cosa, la carne aborrece la noción de que la salvación es la obra de Dios en su totalidad. Si Dios escogió a aquellos que serían salvos, y si Su decisión fue establecida antes de la fundación del mundo, entonces los creyentes no merecen crédito en absoluto por algún aspecto de su salvación. Pero esto es, después de todo, precisamente lo que la Escritura enseña. Aún la fe es el regalo de gracia por parte de Dios a Sus escogidos. Jesús dijo, “ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). Ni “al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27). Por lo tanto, ninguna persona que sea salva tiene algo de que gloriarse (Ef. 2:8-9). “La salvación es de Jehová” (Jonás 2:9). La doctrina de la elección divina está explícitamente enseñada a lo largo de la Escritura. Por ejemplo, únicamente en las epístolas del Nuevo Testamento, aprendemos que todos los creyentes son “escogidos de Dios” (Tito 1:1).Fuimos “predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef.1:11, énfasis añadido). Nos“escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Ef.1:4-5). Somos llamados “conforme a su propósito…Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Ro. 8:28-30). Cuando Pedro escribió que éramos “elegidos según la presciencia de Dios Padre” (1 Pedro 1:1, 2), él no estaba usando la palabra “presciencia” para decir que Dios estaba consciente de antemano de quien creería y por lo tanto los escogió por la fe que vió de antemano, por parte de estas personas. Sino que más bien, Pedro quizo decir que Dios determinó antes del tiempo conocer y amar y salvarlos; y El los escogió sin considerar nada bueno o malo que pudieran hacer.



La Escritura enseña que la elección soberana de Dios es hecha “según el puro afecto de su voluntad” y “conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”—esto es, no por alguna razón externa a sí mismo. Ciertamente El no escogió a ciertos pecadores para ser salvos por algo digno de alabanza en ellos, o porque El vió de antemano que lo escogerían a El. El los escogió únicamente porque le agradó hacerlo. Dios declara “lo por venir desde el principio…” y dice “…Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Is. 46:10). El no está sujeto a las decisiones de otros. Sus propósitos al escoger algunos y rechazar a otros están escondidos en los consejos secretos de Su propia voluntad. Además, todo lo que existe en el universo existe porque Dios lo permitió, lo decretó, e hizo que existiera. “Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Sal.115:3). “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” La Escritura afirma tanto la soberanía divina como la responsabilidad humana. Debemos de aceptar ambos lados de la verdad, aunque no entendamos como encaja uno con otro. (Sal.135:6). El “hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11). “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Ro.11:36). Para “nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Co. 8:6). ¿Qué hay acerca del pecado? Dios no es el autor del pecado, pero El ciertamente lo permitió; es parte íntegra de Su decreto eterno. Dios tiene un propósito al permitirlo. El no puede ser culpado por la maldad o manchado por su existencia (1 S. 2:2: “No hay santo como Jehová”). Pero ciertamente El no fue sorprendido con la guardia abajo ó en una situación en la que no podía hacer nada por detenerlo cuando el pecado entró en el universo. No conocemos Su propósito al permitir el pecado. Claramente, en el sentido general, El permitió el peado para desplegar Su gloria—atributos que no serían revelados fuera del mal—misericordia, gracia, compasión, perdón y salvación. Y Dios algunas veces usa el mal para cumplir el bien (Gn. 45:7, 8; 50:20; Ro. 8:28). ¿Cómo pueden ser estas cosas? La Escritura no responde todas las preguntas, pero enseña que Dios es totalmente soberano, perfectamente santo, y absolutamente justo. Hay que reconocer que es difícil para la mente humana recibir estas verdades, pero la Escritura es clara. Dios controla todas las cosas, hasta el punto de escoger quien será salvo. Pablo afirma la doctrina en términos clarísimos en el noveno capítulo de Romanos, al mostrar que Dios escogió a Jacob y rechazó a su hermano gemelo Esaú “(pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama)” (v. 11). Unos cuantos versículos más adelante, Pablo añade lo siguiente: “Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia; y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (vv. 15, 16).Pablo se adelantó al argumento en contra de la soberanía divina: “Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” (v. 19). En otras palabras, ¿qué no la soberanía de Dios cancela nuestra responsabilidad? Pero en lugar de ofrecer una respuesta filosófica ó un argumento metafísico profundo, Pablo simplemente reprendió al escéptico: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (vv. 20, 21).

La Escritura afirma tanto la soberanía divina como la responsabilidad humana. Debemos de aceptar ambos lados de la verdad, aunque no entendamos como encaja uno con otro. Las personas son responsables por lo que hacen con el evangelio—o con la luz que tengan (Ro. 2:19, 20), de tal manera que el castigo es justo si rechazan la luz. Y aquellos que la rechazan lo hacen voluntariamente. Jesús lamentó, “y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40). El le dijo a los incrédulos, “si no creéis que yo soy [Dios], en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24). En Juan 6, nuestro Señor combinó tanto la soberanía divina como la responsabilidad humana cuando dijo, “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (v. 37). “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (v. 40); “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (v. 44); “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (v. 47); y, “ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (v. 65). Como es que estas dos realidades pueden ser verdad simultáneamente no puede ser entendido por la mente humana—sólo por Dios. Sobre todo, uno no debe de concluir que Dios es injusto porque El escoje extender gracia a algunos pero no a todos. Dios nunca debe ser medido por lo que parece justo al juicio humano.

¿Es tan necio el hombre como para suponer que él, una criatura pecaminosa, tiene un estándar más alto de lo que está bien, que un Dios no caído, infinita y eternamente santo? ¿Qué tipo de orgullo es ese? En el Salmo 50:21 Dios dice, “Pensabas que de cierto sería yo como tú.” Pero Dios no es como el hombre, y tampoco puede ser medido por estándares humanos. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8-9).

Adaptado de John MacArthur, Ashamed of the Gospel: When the Church Becomes Like the World (Wheaton: Crossway Books, 1993). Traducido y publicado en español bajo el título Avergonzados del evangelio—Cuando la iglesia se vuelve semejante al mundo (Grand Rapids: Editorial Portavoz, 2001). Para un estudio más amplio de la soberanía de Dios, consulte esta fuente. © 2002 Grace Community Church. Todos los derechos reservados.

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